La salud de los súbditos de un país es una responsabilidad del Estado que gobierna ese país; por esa razón tenemos ministerios de salud con grandes presupuestos anuales, que se deben dedicar a la prevención de enfermedades, al combate de las mismas, y a dar todo el apoyo necesario, para una atención eficiente a cada ciudadano.
Manejar la salud de los grandes conglomerados humanos es muy complejo; en el renglón salud de cualquier estado, se desenvuelven varios sectores y muchos intereses; esto ha llegado a tal punto que, en los países desarrollados de características capitalista, se habla del negocio de la salud.
En nuestra República Dominicana, nunca nadie se refiere al agua como un componente principal del sector salud; solo cuando se desencadenan los contagios por dengue, se toma en cuenta la manera en que la población maneja el poco recurso de agua que recibe.
Ese recurso básico para la vida, el agua, nunca ha sido priorizado en nuestro país, como uno de los más importantes en el desenvolvimiento de los seres humanos que componen una sociedad civilizada.
Podemos ir ciudad por ciudad, grandes y pequeñas, en toda la geografía nacional, y si encontramos un pueblo donde el agua, realmente potable llegue por tuberías durante 24 horas a los hogares de ese pueblo, podemos proclamarlo como un “milagro nacional”.
En nuestras ciudades, quienes tienen agua permanente en los grifos de sus casas, es porque disponen de una cisterna de acumulación con tecnología de bombeo para mantener el servicio; y de esta manera, también lo hacen los hoteles y los grandes complejos residenciales.
El agua como componente de salud, comienza con la higiene de los hogares, el tratamiento de los alimentos, y la higiene física de todos los hombres, mujeres y niños aglutinados en las ciudades y los campos del país. Es un recurso que el Estado dominicano está en la obligación de suplir a su pueblo, sin cuestionamiento, porque un oportuno vaso de agua puede salvar vidas.
La salubridad de los hogares dominicanos debe estar garantizada por el Estado, con un adecuado servicio de agua potable que tenga regularidad y permanencia en las ciudades y parajes de todo el territorio.
La mayoría de los dominicanos no caemos en cuenta de las carencias, como la falta o deficiencia del servicio de agua, porque la precariedad de no tenerla o recibirla con irregularidad y serios cuestionamientos de su pureza, se ha hecho una normalidad en nuestra cotidianidad.
Ojalá despertemos del sueño grandilocuente, y comencemos a ver qué, anormalidades como ésta, empobrecen nuestra propia existencia como pueblo.