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"Juan y la Oscuridad"

Eran las 12 de la media noche, la luna se había escondido y su escaso resplandor dejaba ver las nubes negras que dominaban el cielo.

Sin embargo, más abajo, en la superficie de la tierra, la oscuridad dominaba las corroídas y polvorientas calles de un emblemático barrio de Santo Domingo.

Juan, quien residía en ese lugar, acababa de desmontarse del minibús que lo había dejado a dos cuadras de su casa.

Tras marcharse el minibús, aquel hombre que había agotado una larga jornada de trabajo, quedó en medio de aquella abrumadora oscuridad, y un poco temeroso, empezó a caminar, ansioso de llegar a su guarida. 

Durante el trayecto podía escuchar claramente cada uno de sus pasos, pues aquella calle estaba desolada, no había nadie desplazándose por allí; los vecinos ya se habían refugiado en el interior de sus casas, como si le estuvieran huyendo a la tiniebla.

Mientras continuaba su rumbo, Juan miraba para todos lados, pues no sabía de dónde le saldría algún perro rabioso que le podría morder, o algún espectro de esos que la gente hace mención en los cuentos de camino.

La adrenalina subía y no era para menos, solo había silencio y oscuridad, por eso Juan aceleraba sus pasos, casi corría.

El miedo y la alegría envolvían a aquel hombre, pues ya estaba alcanzando su meta, la casa estaba cerca, apenas faltaba por recorrer unos diez metros para llegar, pero de repente sintió que una mano humana muy rústica se posó sobre su hombro derecho. En ese momento Juan quedó paralizado, casi sin aliento, pero tuvo el valor de girar su cuerpo y ver que frente a él estaba un señor de alta estatura, con rostro arrugado y un sombrero puesto en su cabeza. Aparentaba tener más de medio siglo de vida.

Al instante, aquel misterioso individuo se dirigió a Juan diciendo:  "Un gusto saludarte!, Tenía mucho, tiempo sin verte, Wao, que alegría"

En ese momento, de manera sorpresiva, Juan sintió que de su cuerpo emanaba una corriente poderosa que propinó un corrientazo al desconocido ensombrerado, quien aún tenía una de sus manos puesta sobre su hombro.

Visiblemente desconcertado por el impactado del extraño corrientazo, el hombre desconocido dijo a Juan: “Yo le voy a decir la verdad, yo no lo conozco a usted, yo lo iba a atracar, le iba a quitar todas sus pertenencias y quién sabe que más podía pasar"

"Mire, yo soy un drogadicto, he tratado de dejar de consumir “perico” y dejar de atracar, no he podido, pero quiero dejar todo eso" confesó el hombre desconocido con voz titubeante.

 Sin decir más nada, aquel confeso atracador y drogadicto, se alejó, se perdió entre las tinieblas de la noche, mientras que Juan, por su parte corrió, entró a su casa, dónde ya estaba a salvo, pero completamente confundido.

Sin darle vuelta al asunto, estoy seguro que en esa corriente estaba Dios protegiendo a un pobre trabajador cansado y apurado por sobrevivir dignamente, pero aquel atracador era un alma errante y desorientada con un espíritu proveniente de tiempos antiguos (Delincuencia) que las sociedades han tratado de controlar mediante condenas y castigos drásticos, sin obtener resultados efectivos o definitivos.

En el libro bíblico de Marcos 14:6,7 Jesucristo dijo a sus discípulos que “Siempre tendréis a los pobres con vosotros”,  pues de la misma manera se hace necesario entender que siempre habrá delincuentes con nosotros, porque lamentablemente ellos son gestados dentro de las familias, sin embargo, la tarea de los gobernantes es implementar las medidas necesarias para controlarlos, aplicando mecanismos que motiven a salir del letargo a los que, ni estudian ni trabajan (Los Nini).

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