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Quiero ser presidente...! Las grandes aspiraciones de pequeños pensadores

República Dominicana.-Como los más grandes en tamaño y posición y, envueltos en su mundo de intereses, los pequeños tienen también sus “grandes” sueños de alcanzar Poder para “cambiar el mundo”.

Aun cansados por el peso que sobre sus hombros cargan día a día, en una caja de limpiavotas, los niños que por diversidad de razones “se tiran” a las calles a buscar el pan que no encuentran sobre la mesa en casa, tienen espacio para pensar en lo que para ellos sería un futuro promisorio.

“Cuando yo sea presidente yo a los pobres le regalo algo”, aunque breve, la respuesta de “Sócrates” (personaje de esta historia), deja ver sus grandes aspiraciones y delata a los que con mucho o ningún esfuerzo han sido jefes de Gobierno, pero no han cumplido con el reiterado compromiso de “acabar con la pobreza”.

La diferencia entre la aspiración de “Sócrates” y las ejecutorias de los que han dirigido los destinos del país, está a la vista; marcada por la inclemencia del tiempo en un vestimenta desgastada por el obligado y repetitivo uso, a partir de que todavía existe en República Dominicana una pobreza “extrema” de la que él y “Platón” son dos botones de la hilera que la sufre.

“Cien…140 pesos he hecho hoy”. Próximo a la 1:00 de la tarde de un día de febrero, Platón ya tenía en sus bolsillos los RD$140 que juntaría con otras monedas para “llevar dinero a la casa y porque necesito comprar algo”. ¿Qué? “Una bermudita, unos zapatos y una gorrita”. El costo de las prendas que quiere comprarse Platón no pueden pasar de RD$200 o RD$300 cada una, porque, aunque cada día “hago RD$500 y RD$600 pesos” a su alcance no hay moda, pero tampoco marca.

Las breves y directas respuestas de Platón desnudan aún mas sus necesidades, pero también deja al descubierto la irresponsabilidad,  quizás involuntaria, de un padre que poco puede suplir en el hogar. Ejerce un oficio que a pesar de poner en riesgo su vida, en el país es poco remunerado. El padre de Platón resguarda la seguridad de otros con mayor suerte, en una empresa.

“Ahora no, porque él tiene que pagar un dinero de lo que él debe. Está pagando un dinero de un motor y lo que él debe”, parecería un trabalenguas, pero es la forma directa de los pequeños para exponer problemas de los grandes. Este niño, con 13 años de edad, cursa el 6to. grado y ese día que le captamos sobre un banco, esperando el cambio del  semáforo, tenía que completar además los RD$100 que le cuesta una comida en una esquina cercana a la intersección que ha asumido como su “lugar de trabajo”.

Vive con su padre en Los Alcarrizos, pero “ahora estoy con mi mamá, que vive en Villa Linda”. Su gran sueño es “ser de Las Fuerzas Armadas, porque es un trabajo muy bueno”.

Ellos (Sócrates y Platón) no son huérfanos, pero tampoco están solos en ese “universo”; comparten en la sociedad el espacio creado por el infortunio que constituye un hogar en disolución, que los empuja a “jugársela” en la lotería diaria de la vida.

“Mi mamá me ha dicho que es obligado, que uno tiene que trabajar para poder defenderse en el mañana”, responde Aristóteles, un tercer personaje en esta historia, que a su corta edad ha tenido que conocer las barreras que literalmente pone la pobreza.

Aristóteles también cuenta en esa interminable lista de los que la escasez de recursos obliga a lanzar la odiosa esponja que conjuntamente con una botella plástica llena de agua enjabonada y una goma, le sirven de herramientas para perseguir cada día la esperanza, oculta a veces detrás del cristal de un automóvil detenido en la luz roja.

“Que mi familia siempre tenga lo que necesitemos”, fue su respuesta (concisa) ante la pregunta ¿Qué falta para que puedas ser feliz?.

Entre su familia está su hermanos Arimnesto  (en esta historia), que vive en Villa Linda con la madre de ambos y, a sus 15 años carga sobre sus hombros la responsabilidad de “trabaja para buscar la comida de la casa” y aportar para el pago de la renta. Su padre trabaja, pero “yo no vivo con él”.

Está en segundo de bachillerato y aspira a “ser buen padre y ayudar a los niños que anden en la calle”.

¿Si tuviera la oportunidad de cambiar las cosas para un mundo feliz, qué sería lo primero?. “Yo cambio todo…todo”, decía Arimnesto al tiempo que movía de arriba abajo su peluda cabeza.

En definitiva, ellos (Sócrates, Platón, Aristóteles, Arimnesto y otros tantos…) son el resultado de una crisis en la institución primaria de la sociedad, que es la familia, lo que les ha empujado a recorrer campos minados de todo tipo de riesgos, escogiendo sin querer entre la escuela y unas pocas monedas.

Si bien es cierto que a estos pequeños pensadores les ha fallado la familia, no menos cierto es que la situación que los rodea es también el resultado de una crisis en las instituciones del Estado, llamadas a crear las condiciones mínimas de seguridad social, protección y desarrollo humano, en segmentos poblacionales afectados por condiciones de vulnerabilidad económica y exclusión social.

Con frecuencia estas criaturas figuran como pieza prioritaria en programas de gobierno central y local; de los que aspiran a ser presidente o a mantenerse en el Poder y, de los que pretenden seguir en el Congreso o llegar a ocupar una curul en las Cámaras Legislativas con el “propósito” de legislar "a favor de todos”.

Sin embargo, estos niños, que poco saben de cargos electivos y de los pingues beneficios que se agencian los que los ostentan, son parte de un fenómeno propio de las ciudades en crecimiento, en donde se diversifican las formas y medios de subsistencia, bajo las modalidades de empleo, subempleo y búsqueda de oportunidades.

Aun así, ellos aspiran a ser grandes; a ser primero entre sus iguales. Aspiran a ser presidente para “cambiarlo todo…todo” y para “ayudar a todo el mundo; darle algo a los pobres”.

Los niños –sostenía Platón- nacen dotados de habilidades específicas que su educación puede y debe potenciar. Igual de cierto es que los niños no tienen límites en sus grandes aspiraciones.

Esas grandes aspiraciones no pudieran lograrse si el grito de los niños se lo lleva el mismo viento que con furia golpea su pequeño cuerpo, sediento de protección familiar y hambriento de verdaderas políticas de inclusión social.

“Yo canto para que se escuche mi voz, y yo para ver si les hago pensar. Yo canto porque quiero un mundo feliz, y yo por si alguien me quiere escuchar”.

En el tema “Que canten los niños”, escrito e interpretado por el español José Luis Perales y que se asumió en himno de Aldeas Infantiles SOS, los niños unen sus voces, pidiendo al mundo escuchar los gritos de defensa de sus derechos, porque igual de cierto es que “en ellos está la verdad”.

Que canten los niños!

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