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La sonrisa de un niño en Haití

Entre las múltiples imágenes dantescas que circulan en los medios y las redes sociales sobre los desastres provocados por el terremoto que devastó el sur de Haití el pasado sábado, hay una que debería conmover al más que convulsionado mundo de hoy, que con la pandemia de Covid-19, el calentamiento global y los conflictos bélicos regionales, tiene lo suficiente para que imperen las fatalidades y la incertidumbre. Se trata de la fotografía de un niño sonriente con los brazos abiertos, mostrando la gratitud y la alegría de vivir segundos después de ser rescatado de los escombros.

El niño haitiano muestra el polvo y la arena desprendida de las estructuras en ruina bajo, las cuales le esperaban una lenta y terrible agonía, de no haber sido salvado de la muerte por los rescatistas. Probablemente debió estar bajo los efectos de lo que en psicología se conoce como el “estrés post traumático”, pero la sonrisa de ese niño sin nombre, con unos brazos abiertos al mundo, constituyen un monumento al poder de la inocencia, liberada de rencores y resentimientos.

Las publicaciones no dan detalles del nombre del niño sobreviviente del terremoto que tuvo su epicentro en Les Cayes, la región sureña de Haití, ni se revela cuál fue la suerte de sus padres o de otros niños que, como el innominado, pudieron haber corrido con peor suerte. Pero el infante es la expresión viviente de todos los de su generación que viven en medio del peligro y el desamparo, en una sociedad impulsada a vivir en el individualismo y la indiferencia sobre el dolor ajeno.

Debiera ser de rigor, para un periodismo de interés humano, como el que se ejerció hace un tiempo, que los medios de comunicación se acercaran hasta el lugar donde se tomó la fotografía del niño sonriente sacado de los escombros de una edificación desplomada por el terremoto, para indagar sobre su existencia, el paradero de sus progenitores, se es que siguen vivos, para darle seguimiento a su vida a fin de buscar la forma de que ésta empiece a corresponderle a su sonrisa.

Un ser humano que a la edad del niño rescatado es capaz de sonreír en situaciones tan dolorosas, cuando los adultos se entregan al llanto y las lamentaciones, podría llevar en su interior ese espíritu resiliente que le ha faltado al liderazgo de Haití para encaminar esa empobrecida nación por senderos de mejores expectativas de los que ha transitado hasta ahora.

Un breve mensaje al pie de la fotografía que comentamos expresa: “En medio de la tormenta una luz brilla, la alegría de ser rescatado, levantando sus manos al cielo y agradeciendo a dios con su hermosa sonrisa; Aleluya, gloria a Dios, Dios es bueno”. Más que las palabras, la sonrisa del niño es lo más elocuente, junto a la satisfacción que muestran los agentes que integran el equipo de rescate.

Esta vez, como ocurrió hace once años con el terremoto que destruyó a Puerto Príncipe, la República Dominicana ha dicho presente con su ayuda a tiempo en medicinas, alimentos e insumos imprescindibles para las labores de socorro. El aporte nacional tiene un doble mérito porque se realiza en momentos que el país tiene que hacer frente a sus propias penurias con la peste del coronavirus, las tormentas tropicales cargadas de inundaciones, a lo que se suma la fiebre porcina africana.

Pero no hay dudas de que los niños siguen siendo la esperanza de la humanidad. La risa del que fuera rescatado de los escombros vuelve a confirmarlo. Toca a quienes el pragmatismo de la posmodernidad no le ha borrado del todo la sensibilidad humana corresponder a la sonrisa del niño, cargada de conmovedora esperanza hacia el porvenir. Esa correspondencia se extendería a todos los niños del mundo, a quienes se les augura a diario un panorama de incertidumbres.

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